Con motivo de la apertura de la Cátedra Ambiental que lleva su nombre en la Universidad del Tolima
No me ha quedado fácil
recordar cuándo se convirtió Gonzalo Palomino en un referente de mi vida,
porque me da la impresión como de que siempre ha estado ahí.
Tiene que haber sido, sin
embargo, cuando en la mitad de mi carrera de Derecho, con motivo de la aparición
del Código Ecológico, comencé a preparar mi tesis sobre Derecho Ambiental.
O a lo mejor fue después. Perdonarán
la imprecisión.
En la foto: Alberto Núñez, Miguel Thomas, Gonzalo Palomino
Aunque realmente no importa cuándo fue. El caso es que, al menos en esta parte del mundo, existía entonces muy poca información sobre el tema, con la visión integradora que diferencia a la Ecología de las ciencias que se especializan en aspectos particulares de la Vida, pero que no facilitan entenderla como totalidad. Ni que decir de la ausencia casi total de bibliografía sobre el ambiente desde el punto de vista legal, político y social.
Lo que había, de alguna
manera, estaba implícito en el mismo Código de Recursos Naturales y Protección
al Medio Ambiente, esa ley pionera, iluminada e iluminante, inseparable del
nombre de Julio Carrizosa Umaña, decano de decanos del ambientalismo en nuestro
país.
No recuerdo tampoco quién puso
en mis manos el primer ejemplar del boletín “SOS ECOLÓGICO” que me llegó y que
publicaba un tal “Grupo Ecológico de
la Universidad del Tolima”, todavía no en el papel amarillo y en el formato
desplegable con que comenzó a publicarse después, sino en el formato
convencional de las hojitas parroquiales,
y con el mismo poder de comunicación y convicción que estas ejercen entre una
feligresía ávida de información y orientación.
Una primera y rápida hojeada a
ese boletín me permitió vislumbrar por dónde iba el camino que debía seguir.
Seguramente no era una reflexión teórica sino la descripción de alguna
situación concreta o de algún proceso comunitario que ya en ese momento estaba
acompañando el Grupo Ecológico de la Universidad del Tolima, del cual un
profesor Gonzalo Palomino figuraba como Coordinador.
Yo les escribí y al poco
tiempo el cartero me trajo un sobre generoso con su contestación. Desde
entonces Gonzalo se convirtió para mí en lo que después utilicé como título
para un libro. Se convirtió en brújula, bastón y lámpara para trasegar los
caminos del ambientalismo y de la educación ambiental.
Porque yo tengo la fortuna de
ser uno de los miles de discípulos que tiene Gonzalo en este país. De él no
solamente hemos aprendido y seguimos aprendiendo cómo funciona la Vida y cómo
piensa la Tierra, sino especialmente cómo conversar directamente con la Vida y
con la Tierra para que ellas mismas nos expresen, sin intermediarios, su manera
de actuar y de pensar.
Y de Gonzalo hemos aprendido
también cómo compartir nuestros aprendizajes, lo cual, expresado en palabras un
poco más pretensiosas, quiere decir “cómo enseñar”.
Gonzalo nos enseñó a desafiar,
sin caer en el mismo defecto, la arrogancia de quienes utilizan el conocimiento
como forma autoritaria de poder; nos enseñó cómo lograr que la gente común reconozca y valore lo que
sabe; cómo presentar de manera descarnada la realidad sin perder la confianza
en que la Vida misma, si se lo permitimos, es capaz de encontrar el camino para
su propia salvación.
En su artículo para el libro
“Ecología de un Desastre” escrito tras la destrucción de Armero, del cual
Gonzalo también es editor, aparece un buen ejemplo de esa manera desparpajada
pero profunda que usa Gonzalo para abordar una investigación:
“Afirmamos que en los pueblos es muy fácil
saber quién se come a quién, pero en el bosque se ignora. Pensamos que en la
naturaleza unas poquísimas especies animales y vegetales nos son útiles y que
el resto puede destruirse por cuanto ignoramos la función ecológica de cada
especie. En la biosfera, después de miles de millones de años de adaptación y
selección, todas las especies son necesarias, cada una desempeña un papel
importante y, es más, son interdependientes entre sí.”
Muchos son los caminos que
hemos transitado con Gonzalo: quizás uno de los más duros fue el relacionado
con la destrucción de Armero, por el cual comenzamos a andar desde mucho antes
de la anunciada erupción del Nevado del Ruiz en 1995.
Sea esta la oportunidad para
mencionar al siempre presente Mario Echeverry Trujillo, maravilloso ser humano,
ilustre tolimense, Director Regional del SENA en su departamento, y quien fuera
pionero entusiasta y convencido de la introducción de la educación ambiental en
el SENA como uno de los pilares indispensables de la formación profesional.
Y sea también la oportunidad
para enviarle un saludo especial a Miguel Thomas también costeño y que, al
igual que Gonzalo y para fortuna nuestra, quedó atrapado por el embrujo andino,
aunque sin cortar sus raíces anfibias con sus ciénagas originarias. La última
vez que caminamos juntos con Gonzalo y con Miguel fue en el “El Portal delOasis”, coincidencialmente en Ibagué. (En la foto de arriba, con el doctor Alberto Núñez)
Quiero llamar la atención
sobre el hecho de que ese proceso que hoy conocemos como cambio climático y del
cual todo el mundo habla, ya venía siendo advertido por Gonzalo Palomino desde hace
4 décadas cuando lo conocí. Y como es constante en todas las misiones que asume
Gonzalo, no lo hacía meramente desde el punto de vista científico, sino con
énfasis en sus implicaciones sociales:
“El mar va a subir de nivel”, nos
advertía a los cachacos, “y como muchos
territorios costeros se van a volver inhabitables, los costeños nos vamos a
trasladar masivamente con nuestras grabadoras a las ciudades andinas.”
Sobre esa y otras advertencias
que ha hecho la mirada visionaria –o digamos: “prospectiva”- de Gonzalo, se
dijo muchas veces que era “terrorismo ecologista”, como todavía se dice hoy, y
no solo de muchos pronósticos sino incluso de realidades tangibles que, a pesar
de las evidencias, muchos se niegan a ver.
Gracias, pues hermano, por
todo lo que has hecho y sigues haciendo por la Tierra y por toda esta hueste de
“ambientalistas radicales” y militantes por la Vida que has inspirado y a la
cual me honro en pertenecer.
Y felicitaciones y gracias a
la Universidad del Tolima por la decisión de institucionalizar lo que siempre
ha sido la vida de Gonzalo Palomino: una CÁTEDRA VITAL.
“SALE
Y VALE”
Con el
afecto de siempre,
Gustavo
Wilches-Chaux
Bogotá-Ibagué,
Abril 17 de 2015
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