Una exploración sobre el poder transformador de la metáfora
“La vuelta al comienzo no es un círculo vicioso si el viaje,
como indica hoy la palabra trip, significa experiencia de donde
se vuelve cambiado. Entonces, quizá, habremos podido aprender a aprender a
aprender aprendiendo. Entonces, el círculo habrá podido transformarse en una
espiral donde el regreso al comienzo es precisamente lo que aleja del
comienzo”
Edgar Morin
El laberinto desplegado en el Parque de la Independencia (Bogotá), para un taller que realizamos en 2009 con el Programa Presidencial para la Acción Contra Minas Antipersonal y la Fundación Restrepo Barco
Mañana jueves 14 de Julio comenzamos en la Universidad Externado de Colombia, con el apoyo de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, una propuesta con la cual pretendemos explorar, de manera sistemática y a partir de las vivencias y experiencias de quienes participen en ella, la capacidad real que pueda tener una metáfora -o un conjunto de metáforas- para provocar saltos cualitativos en la manera de pensar y, en consecuencia, de abordar determinados desafíos, decisiones y acciones frente a la realidad.
Nuestra apuesta es promover formas de conocimiento que a lo largo de los siglos han venido siendo relegadas por la razón occidental, no para negar esta última sino para establecer entre unas y otras, verdaderos diálogos de saberes (con su pre-requisito: los diálogos de ignorancias), a partir de los cuales se pueda abordar la creciente complejidad del mundo actual.
"Nuestro" laberinto es una copia en tamaño real del que existe en la Catedral de Chartres, el cual fue diseñado por peregrinos cristianos en 1235 como una experiencia de meditación. Forma parte de las tradiciones místicas del cristianismo medieval y lo llamaron "El camino de Jerusalén".
El de Chartres continúa la saga de múltiples laberintos, varios de ellos prehistóricos, de los cuales quedan todavía vestigios en distintos lugares del mundo. Por supuesto en el diseño del laberinto subyace la espiral.
Espirales mágicos, recintos sagrados
Este laberinto en particular es de los llamados “de un solo curso”, es decir, que no es el laberinto clásico en el cual quien lo recorre encuentra una serie de disyuntivas que debe resolver para llegar a un punto determinado, sino que consiste en caminar sobre un diseño geométrico meándrico aparentemente “fijo”, para llegar hasta el centro del mismo.
Sin
embargo, desde que los cristianos lo "dibujaron" en mármol azul y
blanco en el suelo de la catedral de Chartres en 1235, no ha habido dos
personas que recorran el mismo laberinto, ni persona alguna que lo haya
recorrido más de una vez.
No porque "El Camino de Jerusalén" sea como
esos laberintos de alta tecnología que se reorganizan automática y
burlonamente cuando uno ya está convencido de que ha logrado descifrarlos (por
el contrario, el diseño de éste aparentemente permanece intacto desde el Siglo
XIII) sino porque el laberinto es el caminante,
está dentro del caminante, y no en ese curso plegado y replegado sobre sí mismo
a la manera de las circunvoluciones cerebrales o del tracto intestinal.
Caminando El Laberinto en el Jardín Botánico de Bogotá
Y
entre el momento en que uno entra al laberinto y el momento en que llega al
centro, y entre éste y el momento en que vuelve a salir, uno se transforma muchas veces: en cada paso, en cada giro, en cada
encuentro en dirección contraria con el que avanza con uno en la misma
dirección, o en cada trayecto en la misma dirección con el que avanza frente a
uno en dirección contraria.
Para
los efectos que nos interesan, y en muchas experiencias que he tenido con
el laberinto desde que comencé a apoyarme en él para distintos procesos, se
puede considerar como una herramienta
para entretejer metáforas colectivas y personales a través de las cuales,
entre otras cosas, se racionaliza y al mismo tiempo se vivencia el carácter
meándrico de los procesos de la vida real.
Al laberinto no hay que aproximarse necesariamente con una intención mística: basta hacerlo, si así se quiere, desde la mera apreciación de su diseño: así por ejemplo, si dividimos el dibujo en cuatro cuadrantes y a cada uno le asignamos un "título", nos damos cuenta de cómo para poder recorrer totalmente cualquiera de ellos, es necesario recorrer los otros tres.
En el ejemplo de arriba les hemos asignado a los cuadrantes etiquetas de campos del ser, del saber y el aprender, y del hacer: si yo quiero agotar el de la ciencia, debo haber recorrido el de la tecnología, el del arte y el de la mitología... y así con cada uno de ellos.
O si, como en la Chakana (ver abajo), les asignamos los cuatro puntos cardinales, el laberinto me ayuda a ser consciente de que en cualquier dirección que camine llevo los otros tres puntos cardinales en mí.
O si, como en la Chakana (ver abajo), les asignamos los cuatro puntos cardinales, el laberinto me ayuda a ser consciente de que en cualquier dirección que camine llevo los otros tres puntos cardinales en mí.
Personalmente
la imagen del laberinto, y otras como la de abajo, de un río amazónico, me han sido de
enorme utilidad cuando he tenido en mis manos complejos procesos como los que
se derivaron tras el terremoto del
Páez en 1994.
Caminar
el laberinto permite, entre otras muchas cosas, entender y vivenciar el
carácter no lineal -el carácter meándrico- de la realidad.
Esas imágenes también me han resultado muy útiles para mantener viva la
esperanza en el proceso de paz, aun en los momentos cuando parece retroceder.
He
tenido oportunidad de invitar a distintos grupos a caminar el laberinto, en
situaciones muy complejas o en momentos muy significativos, como por ejemplo, ya lo dije, con comunidades afectadas por el terremoto del Páez, cuando una prioridad era
construir confianza entre ellas y el Estado; o en un encuentro en el que, tras
la reinserción del Quintín Lame, participaron un excomandante de ese grupo
guerrillero, un dirigente de comunidades negras del norte del Cauca, miembros de la Sociedad de Agricultores y Ganaderos del
Cauca, autoridades departamentales y otros actores institucionales y de la sociedad civil.
También
lo hemos utilizado como apoyo en procesos y eventos a los cuales he
sido invitado, como un Seminario Internacional sobre Erradicación del Riesgo de
Minas ERM (2009), al cual me llamaron, entre otras cosas, a compartir conceptos y
experiencias de la Gestión del Riesgo de Desastres aplicables al campo de las
minas antipersonal; en el proceso de la Mesa de Planificación Regional Bogotá-Cundinamarca (2003), y en otros.
Sin
embargo nunca ha habido una sistematización de lo que la experiencia puede
haber significado para quienes participaron en ella.
Eso es lo que pretendemos construir ahora en el Externado con quienes acepten la invitación a vincularse al proceso.
Se
avizora desde ahora que surgirán preguntas en la línea de:
- ¿Cuál
puede ser el aporte de la experiencia del laberinto para el abordaje en un
problema de investigación desde enfoques no explorados?
- ¿Cómo se conecta y resuena (o no) el laberinto
con las cosmovisiones de culturas de comunidades étnicas a las cuales
pertenecen estudiantes de esas comunidades que quieran participar?
La Cruz Andina o Chakana, puede ser entendida y vivenciada como un laberinto... o el laberinto puede ser entendido y vivenciado com una Chakana
¿ ¿Qué aporta este ejercicio para identificar
enfoques comunes y conectores entre distintas culturas?
- ¿Qué
herramientas me aportó el laberinto para los diálogos de saberes y el trabajo de campo?
Engalanando el laberinto para la experiencia de mañana
Con el equipo de Funcop Cauca en el claustro donde entonces funcionaba el Colegio Mayor
Recorrí por primera vez el laberinto en California, en una conferencia de la Asociación de Sicología Transpersonal. Lo había llevado Lauren Artress, una sacerdotisa (en el sentido formal del término dentro de la iglesia Episcopal) de la Catedral de Grace, en San Francisco. Pero también una sacerdotisa en el sentido más mágico de la palabra.
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