Los
textos que siguen constituyen adelantos a un escrito que se titulará “Bitácora
de una segunda oportunidad sobre la Tierra”, el cual concibo como una serie
de poemas en prosa o de prosas en poema que, desde ya, se pueden -y cuando estén
completos se podrán- leer en cualquier orden
Escritos póstumos
Pienso que por real o
falsamente modesta que sea, toda persona que escribe o que lleve a cabo
cualquier otra labor creativa, espera dejarle algo a la posteridad.
Lo que resulta menos usual es
que alguien escriba un artículo “póstumo” y que lo ponga a circular cuando
todavía está biológicamente vivo.
Si nos atenemos a lo que
ordena el Diccionario de la Academia de la Lengua, póstumo significa, “Dicho de un hijo: Que nace después de la
muerte de su padre. Dicho de una obra: Que sale a la luz después de la muerte
de su autor.”
Lo cual
quiere decir que, técnicamente, estos textos no serían póstumos, a menos que me
acepten que los escribo por delegación expresa de ese que voy a ser yo cuando
me convierta en un fantasma.
Desde ese
punto de vista -entonces- estos renglones si pueden ser reconocidos como
póstumos, pues si bien no “salen a la luz” después sino antes de la
muerte de su autor, sí “nacen después de la muerte de su autor”.
“Recuerdos
del Futuro”
Estoy dedicado a poner en el
papel poemas que ya había vivido.
O que ya había escrito, como
dijo ese ciego inmortal e iluminado que es Borges, “en esa letra silenciosa
de la eterna escritura indescifrable cuyo libro es el tiempo”.
Varias veces personas
conocidas me han dicho que me vieron en lugares donde yo nunca he estado. Cada
vez que me sucede me pregunto si será que yo ya estoy espantando. Que ya
estoy haciendo el curso para cuando sea un fantasma, de esos que llegan a jalarles
las patas a quienes siguen vivos. O dándoselas de vivos.
Cada poema entonces es un "déja vu". O (parafraseando a Erich von Däniken y al menos a otro autor o a otra autora que han usado ese mismo título para sus libros) un "recuerdo del futuro".
Así voy dando cumplimiento, en
palabras de mi abuelo paterno, a esta “prórroga” que me ha concedido la vida.
Es inevitable que me pregunte
entonces si esas “prórrogas” tienen algún objetivo y si hay que justificarlas,
o si en cada paso del camino (de ese del cual también dice Borges que “es
fatal como la flecha”) hay que ir descubriendo o definiendo uno mismo ese
objetivo.
Si la muerte es un “cambio de
estado” -a lo mejor o a lo peor- es una nueva prórroga para cumplir el objetivo
que uno mismo se fijó en la vida… o para después de la vida si es que tiene
conciencia y/o voluntad de convertirse en un fantasma. O para ponerlo en
términos más amables (susceptibles de ser amados), en una Old Soul,
concepto para el cual no encuentro una traducción precisa al español. Podría
aproximarse a “reencarnación” pero no me satisface del todo.
Se trata de un alma con un
compromiso profundo con la existencia que no alcanzó a cumplir cuando formaba
parte de un ser vivo, o que sí cumplió plenamente pero que después de la muerte
quiere seguir cumpliendo para lo cual se convierte en parte del software
de otro ser vivo que bien puede ser una planta, un animal o un ser humano. O de
seres que en términos estrictamente biológicos no son vivos, como algunas rocas
y el Agua en todos sus estados, incluyendo a las nubes, pero que son vitales
para los seres vivos y que definitivamente tienen alma. De allí que en muchas
culturas ancestrales estos seres se consideren sagrados.
Desde que -no hace mucho
tiempo- conocí el término Old Soul, he sido consciente y sintiente de la
existencia de muchas Old Souls con las cuales he tenido la fortuna de compartir
la vida.
Cuando me desperté ya estaba
muerto.
Me alejé para darme cuenta de
que mi cuerpo tendido sobre la cama no presentaba ninguna señal de traumatismo
ni en la que fuera mi cara había un rictus de dolor o de sorpresa.
A primera vista nadie pensaría
que era un cadáver.
Solo sería evidente cuando
llegaran a despertarme para arreglar la cama.
Fue luego cuando, para quienes
llegaron, tuvo lugar la conmoción inevitable:
Ni para qué llamar a una
ambulancia si ese que fui yo ya estaba helado y no tenía signos vitales.
En ese momento fui consciente
de que yo ya era un fantasma.
Al principio para mí también
fue una sorpresa porque cuando la noche anterior me fui a la cama, solo tenía
algo de sueño pero ninguna sospecha de que me encontraba en vísperas de un
viaje.
No de “un viaje sin retorno”
como suelen afirmar vanamente quienes no han vivido -ni más exactamente: “morido”-
esa experiencia, sino un viaje a otro estado de existencia.
A una metamorfosis no kafkiana
en la que uno se reencuentra con lo que fue antes de que la fecundación de un
óvulo por un espermatozoide lo convirtiera en el germen de un embrión de lo que
luego sería un ser humano.
Una fusión ahora sí total con
ese Cosmos del que siempre me había sabido parte pero que nunca lo había
sentido como lo siento ahora cuando carezco de sentidos en el sentido
convencional con que normalmente entendemos ese término cuando nuestros cuerpos
están vivos.
Me pregunto también si alguien
me dicta lo que ahora escribo de manera tan fluida, y caigo en la cuenta de que
en mi estado actual conceptos como “preguntar”, “dictar” o “escribir” carecen
de significado.
Presento excusas por estas
reflexiones aparente o evidentemente incoherentes, pues como ya lo expliqué,
apenas soy un principiante en este, mi nuevo estado y oficio de fantasma.
Miro hacia lo lejos y me pregunto si ese que veo allá será mi nuevo yo provisional escribiendo este poema. Pero quedo con la duda porque no lo estoy escribiendo en computador sino en lo que en mi estado anterior llamaríamos “a mano”. En un cuaderno
“El
Sacramento de la Resonancia”
Sigo convencido, como lo
estaba en la etapa anterior de mi existencia, de que la Resonancia en su
sentido más profundo debería ser reconocida como un Sacramento y, como lo
escribí en un artículo que lleva el mismo título de este “Quizá no se ha
hecho porque en cierta forma se parece al de la comunión, el cual se define en
el diccionario de la lengua como ‘participación en lo común’, una acepción
civil que me complace.”
Escribí también ahí que
La
resonancia es ese placer como de abismo agradable en el estómago, como de que
nos quedamos sin aire en la caída hacia el otro, hacia la otra, hacia lo otro,
hacia lo inasible, hacia lo indefinible más allá de esa vibración que nos hace
percibir que participamos en lo común, que formamos parte del cosmos. Los hindúes, o más bien, los hinduistas,
provocan la resonancia con los mantras. El OMMMMMMMM que lo pone a uno a vibrar
con el universo circundante.
Más allá de todos los aspectos cultos o
intelectuales de la música, en cada concierto debe fluir un océano de
frecuencias que nos resuenan en las más recónditas células del cuerpo, que
provocan pequeños terremotos y orgasmos en nuestras neuronas, que nos hacen
sentir en las venas "la música de las esferas", que nos disuelven en
nosotros mismos y que nos recomponen, sin que nos demos cuenta siquiera de que
hemos muerto y vuelto a nacer convertidos en nuevas vibraciones, en otros.
Escrito por allá en la década de los años 90 del siglo anterior, este texto parecería indicar que ya desde entonces había comenzado a preparar este que ahora tienen en sus manos.
Y así es, porque ese estado
que por facilidad he denominado “fantasma”, es el que le permite a un
ser de energía vibrar en la misma frecuencia con que vibran otros seres del
Cosmos que de manera seguramente incompleta enumeré en los escritos anteriores
de esta misma serie y con los cuales nos volveremos a encontrar en los que
siguen.
Nada que ver estos fantasmas (que
corresponden más bien a las ya mencionadas Old Souls) con esas graciosas
e inocuas caricaturas envueltas en sábanas blancas que llenan las calles y los
centros comerciales con motivo del Halloween.
Continuará
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