miércoles, noviembre 08, 2006

MI FANTASMA EN LAS ATARAZANAS

Otro relato verídico de ficción.

Yo nací en Popayán, una porción de tierra rodeada de tierra por todas partes, menos por una: por encima. Y eso. Creo que solamente conocí el mar como a los 10 o 12 años, en Caracas. Podría afirmar, sin temor a equivocarme, que hasta el comienzo de mi adolescencia fui un niño mareado. Escásamente sé sobreaguar con nadadito de perro y en mi vida sólo he montado en barco unas tres o cuatro veces. Paseitos cortos, uno de ellos en ese enorme mar de agua dulce que es el lago Titicaca. Sin embargo siento una irresistible atracción por todo lo que tiene que ver con barcos, velas, cordámenes, cuadernas y todos esos términos que describen los aparejos navales. Y claro, por todos los instrumentos de navegación, comenzando por la brújula, el más fascinante de todos. Y por los mapas, o más exactamente, por cartas de navegación y portulanos. Me pregunto por qué. Y aunque ni de lejos creo en la reencarnación, sí se me ha pasado por la mente que en alguna vida anterior -muy anterior- pude haber sido un hombre de mar.

Hoy, el el Museo Martítimo de Barcelona, situado en las que fueran las Reales Atarazanas, oigo de pronto un pssst pssst, una voz que me llama, más bien como una especie de viento en la oreja, en uno de los pasadizos más oscuros de la antigua edificación.

Volteo a mirar, pero no veo a nadie por ahí. Avanzo un poco más, cuando de pronto lo veo, entre entre cajones y bultos. O mejor dicho: me veo.

Hago un movimiento con la mano para asegurarme de que no es mi reflejo en un vidrio y compruebo que no es. Con toda la cautela del caso e intentando controlar un miedo inexplicable (porque uno no tendría por qué tenerle miedo a su propio fantasma), levanto la cámara fotográfica, confiando que el dispositivo de autoenfoque funcione en la oscuridad. Y hundo el obturador: un ligero e inaudible click, que basta para que el esquivo fantasma desaparezca del lugar.

Yo ya había estado en las atarazanas en marzo pasado, y me sentí como en mi casa, pero esa vez mi fantasma no se dejó ver. Espero que la próxima vez que visite ese edificio nos volvamos a encontrar. Tenemos mucho que contarnos. Mucho que hablar.