sábado, octubre 07, 2006

Del Manual para un Nuevo Usuario del Planeta Tierra (Fragmento)

Septiembre 1. Jueves, 1:45 p.m. En la sala de partos.

Al fondo del canal vaginal una cabecita peluda se acomoda, gira, avanza suavemente, lentamente, lubricádamente, lúbricamente, con una precisión mecánica, biológica... entre electrónica y humana. Casi que se pueden adivinar las instrucciones del Centro de Control de Vuelo para su acoplamiento con el mundo: giro a la izquierda 180 grados... LEDS que se encienden y se apagan... Oxígeno para la mamá... Un esfuerzo más... Latidos del corazón: normal... Pulso: normal... Presión sanguínea: normal... Temperatura: normal... Respiración: normal... Todo normal: todo excitado, todo presionado al máximo, todo acelerado, todo reinventado... Todo sobrecargado de Adrenalina... El mundo que se vuelve estrecho, que me empuja, que me estruja. El mundo que se llena de ecos circulares... De colores concéntricos... El mundo que me expulsa. El líquido en el cual he navegado nueve meses, fluyendo por el túnel como una catarata. Y al fondo del túnel, una luz que se dilata y que se cierra, como un gran iris que me observa, que me absorbe, que me espera. Jadeos... Sudor... Dolor... Latidos de corazón acelerados... Un esfuerzo más... Unos dedos que me toman y me halan delicada, pero firmemente, la cabeza... Otro esfuerzo... El conteo final: cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero: CONTACTO...1:55 pm: aflora la cabeza. Un nuevo giro: afloran los hombros, el tronco, el cordón umbilical. Más instrucciones. El primer llanto. Aspiradora. Aflora la cintura. Aflora el sexo. Una niña: Olivia. No se equivocó la ecografía. Afloran las piernas... los pies... la placenta... Adherida al cordón umbilical, sale la placenta, cósmica, translúcida... El traje espacial que me protegió durante nueve meses (o una mera bolsa de carne, si se despoja de significado). Me cortan el ombligo. Aunque sólo me voy a dar cuenta de ello muchos meses, casi años, más tarde, he iniciado lo que los astronautas denominan Actividad Extra-Vehicular o, sugestivamente, "EVA" (por Extra-Vehicular Activity). He nacido: exactamente el día en que se completan 66 vueltas al Sol desde el día del nacimiento de mi abuela...

Fragmento "Del Manual para un Nuevo Usuario del Planeta Tierra"

Gustavo Wilches-Chaux, Popayán (1988)



jueves, octubre 05, 2006

Antes de que se me olvide (¿XX...?)

No hubiera querido llegar nunca a este capítulo de la historia de mis encuentros y desencuentros con la muerte, que ayer, 4 de Octubre, día de San Francisco de Asis, o sea: de Orula, me jugó una muy mala pasada, así de repente, sin avisar.

Se llevó a Carlos Enrique Bejarano Chaux, que en algún momento, ante mis amigos de Popayán, se presentó como "el tercer mejor primo de Gustavo", respetando prudentemente la jerarquía cronológica de sus dos hermanos mayores, Víctor Manuel y Santiago.

Carlos Enrique era seis años menor que yo, pero en algún momento, cuando yo tenía doce y él seis, lo duplicaba en edad, relación que de alguna manera se mantuvo y que me permitió sentir y ejercer hacia él un amor más que fraternal, casi paternal, especialmente durante el largo tiempo que tuve la fortuna de convivir con él en Popayán. Siempre estuvo ahí, al lado, en los momentos importantes, como cuando juntos acompañamos a bien morir a mi mamá.

¡Sí carajo! La muerte de Carlos Enrique no estaba en las cuentas de nadie. Se murió en el Ecuador, donde vivía hace varios años con Magdalena, su mujer, y con sus dos hijos pequeños, a quienes tengo muchas, muchísimas cosas, que contarles y decirles sobre su papá.

Porque esa es una de las maneras que tenemos para evitar que la muerte se salga con la suya del todo. A punta de carreta vamos a impedir que se lleve lo mejor que el paso de Carlos Enrique por la Tierra nos dejó. (Por la Tierra y por la tierra, porque a pesar de ser muy rolo, la vida había convertido a Carlos en un hombre de campo, de esos que hablan fácil con las plantas y los animales. Posiblemente no fue gratuito que se muriera el día de San Francisco de Asis).

Esa tarea de ganarle a la muerte nos queda a todos cuantos formamos parte de esa enorme red de afectos que solamente pueden tejer personas que, como Carlos -que era una especie de Hobbit corpulento y cercano- asumen la vida mansamente, con sencillez, con valor, sin arrogancia, sin fatuidad.

Hasta ayer este mundo era un poquito mejor. Carlos Enrique era una de esas personas que con su timidez, su calidez, su delicadeza en el trato, su sentido del humor y su generosidad, cotidianamente sacan la cara por la humanidad.

Durante los últimos años -qué: diez o más- casi no nos habíamos vuelto a ver, pero uno se sentía más seguro solamente de saber que andaba por ahí.

Por hoy no escribo más. Que lo demás lo diga ese atardecer de arriba que acabo de fotografiar.