viernes, agosto 17, 2012

"TRES TIPOS DE INGENIEROS"

Uno de los textos más bellos que he leído en mi vida es el prólogo con que el escritor santandereano Jaime Barrera Parra presenta el libro "Prosas y Cuentos" publicado por mi abuelo Gustavo Wilches Castro en 1962 y que recoge sus escritos de muchos años atrás. Cuenta allí que mi abuelo, refiriéndose a su padre, mi bisabuelo Joaquín Wilches Calderón, dice que "fue ingeniero en los tiempos aquellos en que la ingeniería era una de las formas más abnegadas de la lírica."

Gustavo Wilches Castro en el río Cauca, en 1950, cuando administraba la Planta Eléctrica también llamada "La Florida" en Popayán. Me contaron que el día que yo nací -en 1954-  firmó un cheque para pagar unas turbinas a Brown Bovery. Días después le devolvieron el cheque porque no coincidía con la firma registrada: había firmado Gustavo Wilches Chaux.

"Con un concepto distinto -sigue Barrera Parra- pero igualmente pulcro y orgulloso, Gustavo Wilches gerenció en la turbulenta Florida una fábrica de cerveza y ahora administra una fábrica de mantas en la anchurosa Samacá. Al fin y al cabo todo es lo mismo: versos, cerveza, mantas... elementos todos tendidos contra la intemperie del universo. Todo abriga lo mismo cuando la vida así lo quiere: el alcohol, la manta o el canto...".  (Por ese "ahora" deduzco que el prólogo ya estaba escrito en 1929 cuando mi abuelo administraba la fábrica de Samacá) 

El texto que sigue -"Tres tipos de ingenieros"- forma parte del libro "Prosas y Cuentos" escrito por Gustavo Wilches Castro:

Ese tipo de ingeniero con la regla de cálculo en el bolsillo izquierdo, la mirada apagada, sombrío, abstraído, parece que hubiese agotado la fuente clara de su juventud. Tal vez esas pesadas fórmulas de cálculo, ese investigar en el arcano del símbolo, han minado, lo mismo que las sales de radium, todo su vigor juvenil. Introvertido, hermético, se refugia en su mundo interior, corre las cortinas de su aposento y vive su vida de hipótesis, multi-dimensional, paradójica, en el plano de los sentidos. Si acaso una empresa industrial o mejor aún, un laboratorio de investigaciones físicas de cualquier clase le descubre, le da un punto de apoyo, le marca un derrotero, su actividad halla un objetivo, su existencia tiene un puesto entre los servidores de la ciencia. Si por desgracia, incomprendido, ignorado, se dedica a labores triviales de ingeniería, adquiere poco a poco el aspecto curioso de rata científica, de “profesor” de Julio Verne. Le vemos a veces sirviendo de topógrafo, de calculador de estadísticas de seguros de vida, de profesor de álgebra y aún de vendedor de aceites lubricantes. 

 
Diplomas otorgados a mi bisabuelo Joaquín Wilches Calderón por la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia, en donde se graduó en 1873 como "Injeniero Civil i Militar"

Demasiado tímido, jamás pudo vencer la certeza de su personalidad. Su manifestación exterior fue siempre deficiente. Temeroso de la crítica y del ridículo se encierra en el último reducto de su castillo y solamente enciende su lamparilla mental para contemplar su tesoro interior. Allí vive su imaginación prisionera, allí están sus armas oxidadas, allí está el cementerio de sus infanticidios, de todas las ideas que él estranguló. Todos los ensayos síquicos que se hacen a los estudiantes para descubrir una vocación, deberían también estar encaminados a prestar ayuda a ese tipo de gran talento que circunstancias complejas, atávicas, tienden a convertir en hombre topo, en verdadero huésped de las cavernas. Para él están aconsejados los deportes, las clases de esgrima, la declamación, la retórica, el arte de hablar. La Universidad debería ayudar a romper la nuez que encierra el meollo de una preciosa individualidad. Operación bien delicada y sutil que requiere ojos expertos paternales, almas adiestradas en el bien, mentes hábiles no solamente en la didáctica del pensum sino en la divina talla del carácter.

Atardecer de antier en el Jardín Botánico de Bogotá

Existe también el lado opuesto, el límite extremo, el tipo de ingeniero extrovertido, amplio, conversador que también lleva la regla de senos y cosenos sobre el corazón y la usa con demasiada frecuencia en momentos espectaculares, para cerrar un contrato brillante. Tipo del constructor-comerciante que conoce de memoria todos los precios unitarios, que calcula vertiginosamente todos los volúmenes desde el poliedro complicado hasta la suave redondez de un ensueño. Tipo más negociante que científico, propera con rapidez. Con su cartón y su matrícula se abre paso en los pasillos de los ministerios, entre las aspiraciones de los burgueses que desean un ante-proyecto barato para su casa de campo o un estudio de irrigación. Se asocia con frecuencia a esos profesionales escuálidos, calculistas silenciosos, dibujantes olvidados, trabajadores infatigables en la sombra, que hacen triunfar su persistencia, su exceso de imaginación. Se mueve generalmente en las grandes ciudades. Viaja en avión y es pésimo empleado público por su indisciplina y su espíritu de negocio. Sin embargo, este ingeniero es formidable factor de progreso. Gracias a su incentivo de lucro, mejora sus métodos, aumenta su eficiencia, aplica con rapidez los últimos procedimientos científicos. Su éxito económico ha estimulado a centenares de jóvenes a ingresar a la Facultades en la creencia de que el símbolo pitagórico es la llave de todas las cajas fuertes, olvidando que sin el auxilio de esos dioses griegos, Kronos y Mercurio, es difícil atesorar.

Cruza todavía por nuestro horizonte ese otro tipo arcaico de ingeniero civil de origen centenarista, ya entrado en años, a veces de abdomen crecido, con sus botas altas, enlodadas, tranquilo, apacible, escéptico dentro de su filosofía de sabio chino. No se emociona ante el clamor nocturno de las ciudades, ni ante el vano reportaje del periódico, ni se inquieta ante la oferta tentadora de un sueldo crecido. Su vida es eglógica. Cuando descansa bajo los árboles, parece que su barba fuese musgo del campo o la noble pátina de los edificios vetustos. 

El teodolito de mi abuelo Gustavo

Nada le importa la ciudad, ni los clubes profesionales, ni ese gomoso urbanismo que requiere su ingeniería especial de asfalto, de jardines enanos y de bigotes recortados. En las tardes, a la caída del sol se le ve cruzar los caminos, cabizbajo, meditabundo, seguido por su jauría de cadeneros. Es contemplativo y de pocas palabras. Vive con el oído atento sobre la tierra, sobre esa tierra que ha amado, que ha recorrido y medido tantas veces , que ha removido en todas direcciones. Por esto, su alma es panteísta, hermana del alma campesina de los pastores. Posee generalmente un hato de ganado al margen de una de esas carreteras que él construyó en su juventud. Su casa grande, de amplios corredores, tiene habitaciones blanqueadas con cal, pavimentadas con ladrillos del 85. Al lado del rejo de enlazar, del catre plegadizo y de la silla de montar ornamentada, está el viejo teodolito Stanley, la mira desteñida, el machete. 

 
El libro de Topografía de Joaquín Wilches Calderón, que heredé a través de mi papá, Alfonso Wilches Martínez, también Ingeniero Civil


Toda su biblioteca consiste en un descuadernado Merriman y en una colección de novelas detectivescas. Cuando visita ocasionalmente las ciudades, viste trajes oscuros y pasaría por un hacendado rico si no fuese por esa enorme cucarda en oro azul y rojo de la Sociedad de Ingenieros. Por lo demás, qué le interesa a él ni la teoría electrónica, ni el caucho sintético, ni la nueva política de la jovialidad. ¿Acaso no ha cumplido su misión en esos largos caminos, en esas pistas asfaltadas, en esos acueductos, en esas aguas claras que ahora fecundan la buena tierra?


A pesar de que suelo quejarme de la manera "inconsulta" con que con frecuencia los ingenieros pretenden imponerle su voluntad a la Naturaleza, por supuesto siento gran respeto y admiración por esa profesión. Ese escudo fue una imagen permanente en los imaginarios de mi infancia

El país marcha hacia adelante y poco a poco van quedando atrás esos tipos de ingenieros universales que trazaron nuestras carreteras, nuestros ferrocarriles, que instalaron las centrales eléctricas, las pesadas calderas de los ingenios y que todavía en el otoño, siguen aferrados a los hilos de su taquímetro, de su nivel, aproximándose ansiosamente al abrazo definitivo de la tierra.

Se siente ya la aparición de una nueva etapa de especialización. Se hacen ante-proyectos para grandes Facultades de Ingeniería Industrial con enormes laboratorios de física, de química, de electro-técnica. Con los nuevos pensum se modifica el concepto acerca de la profesión de ingeniero. Hasta ayer se creía que solamente el médico, el abogado y el dentista, tenían la obligación de vestir bien, de tener buenos modales, de hablar correcto castellano y de escribir con ortografía. El ingeniero era una especie de coordinador, de “missing-link” entre el orangután y el señor. En él se permitía todo, hasta la completa ignorancia de todo tema literario o científico que no estuviese relacionado con la ingeniería. Pero los descubrimientos de la señora Curie, las treorías de la relatividad del señor Eisntein y los nuevos ensayos sobre la disgregación atómica, modificaron sustancialmente esa opinión. Se pudo ver que la labor del ingeniero no termina en la construcción de calzadas, en el manejo del concreto armado, en el conocimiento ortodoxo de la electricidad, y que dentro de la llamada “materia” hay un universo tan vasto y un campo de acción tan ilimitado como el que nos circunda en las noches estrelladas.

 
Danza Rusa, fotografiada ayer en Bogotá

Además el acondicionamiento del aire, la radio y la televisión, la fabricación de plásticos y demás productos sintéticos y el advenimiento de la era atómica, hicieron regresar al ingeniero del campo a la ciudad. Comprendió entonces la necesidad de ampliar su cultura, de rendir culto a la belleza en todas sus formas, de adquirir mayor sociabilidad, de estar en contacto más íntimo con los seres humanos, y sobre estas bases, sobre estos requisitos aparentemente idealistas según el siglo XIX, la Universidad moderna ha venido amoldando sus sistemas, acogiendo temas aparentemente exóticos.

Este tipo de ingeniero forjado dentro de la nueva técnica mundial, es esencialmente sociable. Actuando como promotor de la industria y como consejero desinteresado del consumidor, sus puntos de vista determinan hoy la creación de empresas y el desarrollo de los pueblos. Cada una de sus palabras, tasadas y estudiadas, puede ser el punto de partida de una nueva era y sus estudios sociales, políticos y técnicos, en ciertos momentos tienen capacidad para marcar la ruta que han de seguir las muchedumbres. Es evidente que un señor de esa talla no puede crearse por las normas de antaño. 

En El Andino, en Bogotá

Hoy intervienen en su formación multitud de pequeños factores, desde el conocimiento de la humanidad a través de la historia, el dominio del arte de hablar, la exposición serena, el estudio del Arte en todas sus formas, el control personal, hasta llegar el estudiante a ese estado receptor, libre de prejuicios, que permite aceptar toda verdad, aún a costa de sus propias ideas. Por esto, ese sacerdocio de la materia idealizada que se llama la profesión de ingeniero, cada día se hace más amplio, más universal, cada día requiere mayor espíritu de apóstol.