Todas las fotos fueron tomadas esta mañana en el Jardín Botánico de Bogotá
En
los libros de botánica no se menciona esa planta, ni aparece listada en los
herbarios que intentan sistematizar la biodiversidad del Amazonas, ni en los
atlas hay señales de su localización en las selvas suramericanas.
Sólo
se tenía noticia de ella a través de leyendas cada vez más olvidadas, cuyos
retazos están en la memoria de los pocos ancianos indígenas que todavía
conservan, en una lengua moribunda, vagos recuerdos del conocimiento que sobre
esa planta antropófaga les transmitieron sus antepasados.
Y sin embargo, ese hombre sentado en
mi estudio, al frente mío, me asegura ser el único sobreviviente de una
expedición de treinta hombres que por pura casualidad llegó al único lugar de
la Tierra en donde se encuentran esas plantas y, en consecuencia, la única
persona viva que por experiencia directa puede dar testimonio de que existen.
Le alego que tiene que haber indígenas
del Amazonas que también han visto la planta, pero él me asegura que
efectivamente sí han oído de ella, pero que por esa misma razón, durante varias
generaciones han evitado acercarse a la región en donde crece. Cuando se
enteraron de que la expedición se encaminaba hacia esa zona, los guías
indígenas que los acompañaban se negaron a seguir adelante, a pesar de que los
expedicionarios ofrecieron triplicarles la paga.
Cuando le pregunto qué sucedió con el
resto de los miembros del grupo, me explica que después de que el botánico
noruego que dirigía la expedición quedó atrapado en las fauces de una de las
plantas, varios hombres intentaron rescatarlo e incluso cortaron el tallo de la
hoja voraz a machetazos. Entre varios le abrieron a la fuerza las mandíbulas a
la planta cercenada, pero fue tan obstinada la oposición del noruego a que lo liberaran,
que pistola en mano amenazó con matar al próximo que se acercara. Impotentes
tuvieron qué observar, sin hacer nada, cómo la tenaza carnívora de hojas se
cerraba alrededor del cuerpo del botánico, y en los oídos de los
expedicionarios quedaron grabados los jadeos del hombre mientras era devorado.
En el curso de las horas siguientes,
uno tras otro, todos los expedicionarios, se fueron entregando, como poseídos,
al hambre lujuriosa de las plantas y llegó un momento en que los gemidos de los
hombres reemplazaron el sonido de las ranas y los pájaros.
Le pregunté cómo había hecho él para
salvarse, y me contestó con tono de decepción inocultable, que lo que yo
llamaba su salvación, no había dependido de él, sino de que cuando
avanzaba con los demás hacia las fauces que los convocaban, se había quedado
enredado en unas lianas, y habían resultado inútiles todos sus forcejeos para
soltarse.
Después de toda una noche de esfuerzos y
artimañas, había logrado sacar sus piernas de la trampa de lianas y se había
dirigido hacia las plantas carnívoras, pero las había encontrado a todas como
boas satisfechas y agotadas, concentradas en la digestión, sumergidas en un
denso sopor tropical de selva húmeda. Había hecho lo posible, me confesó
avergonzado, por despertar a alguna de las plantas, por abrirles la boca, pero
todas permanecieron herméticamente cerradas a sus súplicas y manos.
Ya para irse de mi casa, el hombre
extrajo de su mochila un frasco con agujeros en la tapa. Lo abrió y me mostró
su contenido: una plantica diminuta, como una venus atrapamoscas,
sembrada como una orquídea, en un delgado lecho de humus. Dijo que me dejaba de
regalo esa pequeña prueba de la veracidad de su relato.
La planta se encuentra ahora en una
macetera, sobre mi mesa de trabajo. Crece de manera preocupantemente acelerada.
Hace tres noches una de sus hojas se transformó en una cápsula pequeña, con una
abertura en forma de boca, que ocupa la mitad de su tamaño.
La he estado alimentando con moscas
vivas y me llama la atención que, a pesar de que carece de sustancias pegajosas
como las que segregan otras plantas carnívoras para retener a sus presas, las
moscas no hacen ni el más mínimo esfuerzo para escaparse.
Esta mañana estuve tanteando con mi
índice derecho las mandíbulas y labios de esa planta amazónica y la punta de mi
dedo penetró hasta su garganta.
He comenzado a comprender los motivos
del noruego y el comportamiento de las moscas.
Gustavo Wilches-Chaux
Bogotá, Julio 16 de 2001
Este relato pertenece al libro "El Universo Amarrado a la Pata de la Cama" publicado por Villegas Editores, Octubre 2004
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