Por allá en 1968 yo tenía 14 años y una autorización formal o “excusa” para no ir a misa, dirigida al rector del colegio por mi abuelo, que para efectos prácticos hacía las veces de pater familia. No fue problema conseguir esa autorización, pues en mi núcleo familiar ampliado se respiraba una atmósfera libertaria en materia religiosa, inspirada entre otras fuentes en una permanente simpatía por la memoria del tío bisabuelo Simón Chaux, que a principios del siglo pasado resolvió llevar un “Manifiesto” de los librepensadores de Popayán a un congreso que tuvo lugar en Madrid, y que a su regresó encontró que había sido excomulgado, junto con todos los demás que tuvieron la imprudencia y/o el valor de firmar.
Un
“Manifiesto”, dicho sea de paso, bastante inofensivo e inocuo, como me di
cuenta con decepción años después, cuando no solamente lo leí sino que lo además
lo heredé. No sé si el tío Simón se volvió a traer el que llevó o si se trata
de una copia-original, pues mi ejemplar tiene todas las firmas manuscritas de quienes
los suscribieron y cargaron con los efectos divinos y mundanos de la excomunión.
Por
eso, cuando ese año 1968 nos notificaron que el siguiente Viernes Santo todos
los del Liceo teníamos que presentarnos en la puerta de Santo Domingo con
corbata, una coronita de violetas y un cirio de laurel para salir a alumbrar en
la procesión, me pareció apenas obvio solicitarle a mi abuelo una extensión de
la “excusa”, de manera que pudiera librarme también de ese ritual. Pero para
sorpresa mía, mi abuelo me vació y me
obligó a ir a alumbrar sin posibilidad alguna de apelar.
Debió
ser ya en la calle esa noche de Viernes Santo en Popayán, cuando comencé apenas
a intuir las posibles razones de esa extraña reacción de mi abuelo, que por
supuesto en el primer momento me pareció una incoherencia autoritaria y una imposición.
Sí: fue ahí. Cuando me di cuenta de que con nosotros también había salido la
Luna llena a alumbrar con todo su brillo y en toda su magnitud.
"Earth rise" - La histórica foto de la Tierra desde la Luna tomada por la tripulación de la misión Apolo 8
Eran
los meses previos al despegue la misión Apolo 8 que llevaría por primera vez tres astronautas a la órbita lunar, un paso hacia
el alunizaje que ocurriría menos de un año después. Muy poco
significaba para mí en ese momento la Semana Santa (a pesar de haber sido moquero en mi primera infancia en las
procesiones chiquitas), pero en cambio tenía todos mis sentidos, mis intereses
y mis expectativas puestas en la carrera espacial.
Foto: Manuel Varona (2014)
Y
ahí estaba la Luna, al alcance de la mano en plena calle de Popayán, y abajo
las hileras de alumbrantes, de las cuales formábamos parte mis compañeros y yo. Y los pasos con su cadencia y su crujir, y
las bandas de guerra de la Policía y del Batallón, y la música del Conservatorio
de la Universidad y el coro del Orfeón Obrero, y el olor imborrable del
incienso, y el brillo de la Luna reflejado en “las mallas”, en “los falsos”, en
los floreros y en los demás ornamentos de las andas. Y todas esas sensaciones
que después tuve oportunidad de recrear minuciosamente en el video “Las
procesiones de Popayán: un sentimiento colectivo” (1988) y en el artículo que
con ese mismo título se publicó en el libro de Villegas Editores sobre la
Semana Santa (1999) y en el texto "La Procesión va por dentro", del cual tomó su nombre la exposición que en 2003 se realizó en el Museo
Nacional.
En
ese momento viví lo que sólo aprendí
y entendí racionalmente años después, cuando supe que la palabra “religión”
viene de religare que quiere decir “religar:
volver a unir”.
Y
así mismo, solamente años después entendí que si el aguacero lo permite, la
Luna llena siempre sale a alumbrar en las procesiones de Popayán, porque la
Semana Santa se fija de acuerdo con el calendario lunar: el domingo que sigue a
la primera Luna llena después del equinoccio de primavera [entre el 21 y el 25
de marzo, precisamente cuando escribo este artículo: ¡qué sincronicidad!] es
Domingo de Pascua o Domingo de Resurrección, o sea que el domingo anterior es
Domingo de Ramos. Desde los orígenes mismos del cristianismo, esta celebración
coincide en el calendario con la Pascua Judía, porque de acuerdo con la
Historia Sagrada, en esa época se produjo la Resurrección de Jesús.
Lo
cierto es que tras la Semana Santa y tras la Navidad (que comienza el 8 de
diciembre de cada año con esa fiesta del fuego que es “la noche de las velitas”
o fiesta de la Inmaculada Concepción), como tras tantos otros hitos importantes
del calendario religioso y civil, subyacen unas profundas raíces paganas.
Y
el paganismo –cuya etimología proviene del latín paganus o pagus, que
quiere decir “campo”- hace referencia al que es quizás el más profundo
sentimiento religioso que se puede alcanzar: el que proviene de la convicción y
de la sensación integral de que conformamos una Unidad Sagrada con los demás
seres que conforman la Naturaleza, incluidos por supuesto el agua, los montes,
las estrellas, la Luna y el Sol.
Nada
de eso me dijo mi abuelo cuando ese Viernes Santo me obligó a ir a alumbrar (a portar
el fuego, otra herencia pagana), ni sé si él poseía esa misma concepción que yo
luego adquirí, pero de lo que sí estoy seguro es de que para él era muy
importante la identidad. El sentido de pertenencia a un territorio, que no es
solamente un espacio físico sino sobre todo un estado del alma y una comunión
cultural.
En
la Semana Santa de 1984, cuando la ciudad de Popayán comenzaba apenas a
recuperarse de los efectos del terremoto del 83, pude comprobar en cuerpo y
alma el profundo significado práctico de estos rituales que tienen por objeto
consolidar la identidad. Y que ese año, para Popayán, era precisamente un rito
de resurrección.
Así
fue también para New Orleans el primer “Mardi Gras” tras el desastre desatado
por el huracán Katrina en 2005: un rito de resurrección o de reafirmación de
que a pesar del desastre había logrado sobrevivir la identidad. Curiosamente el
“Mardi Gras” -Martes de Carnaval- se celebra la víspera del Miércoles de
Ceniza, con el cual comienza la Cuaresma: periodo de 40 días anteriores al
Domingo de Ramos. O sea que también se rige indirectamente por el calendario
lunar.
Cuenta
la etimología que Pascua quiere decir “paso”. Los judíos conmemoran en la
Pascua la liberación de la esclavitud de
los egipcios y la vinculan a la división de las aguas del Mar Rojo por Moisés.
En
este momento de la historia, cuando aún sin terremoto o sin huracán, la crisis
se ha vuelto lo normal, estos “ritos de paso” son absolutamente indispensables
para mantener y fortalecer el sentido de proceso, el sentido de cambio con
continuidad, y la identidad y la unidad.
Bogotá, 24 de Marzo de 2014
Este artículo fue publicado en el Especial de Semana Santa de El Nuevo Liberal de Popayán
Este artículo fue publicado en el Especial de Semana Santa de El Nuevo Liberal de Popayán
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