Este relato forma parte mi libro "El Universo amarrado a la pata de la cama - Relatos verídicos de ciencia ficción", publicado en 2004 por Villegas Editores
A raíz de la pandemia que hoy está afectando a la humanidad y de la dependencia que estamos generando de las redes informáticas y de las plataformas virtuales, me pregunto con preocupación qué sucedería si el llamado Nuevo Coronavirus llegara a mutar en un virus informático capaz de infectar esas redes y los dispositivos conectados a ellas, y qué consecuencias podría tener ese salto sobre nuestra Especie Humana
Podríamos pensar que en este momento ya estamos en la fase de trasladar nuestras inteligencias, memorias, habilidades y conocimientos de esas estructuras basadas en carbono que son nuestros organismos humanos, a esas estructuras basadas en silicio que los humanos hemos creado. Ese es el tema del relato MITOLOGÍA que también forma parte de "El Universo amarrado a la pata de la cama", el cual también invito a leer
Identidad Confundida
¿Cómo se llamará cuando uno comienza a no reconocerse en
los espejos?
¿Cuándo la imagen que reflejan los vidrios no corresponde a
la que tenemos de nosotros?
¿Cuándo las cámaras nos asignan un cuerpo y una cara que no
nos pertenecen?
¿Quién será esa persona a la que le atribuyen mi nombre?
- ¿Desde cuándo empezó a sentir los síntomas?-, me pregunta el médico.
-
Desde
hace una semana-, le explico. -Cuando fui a recibir unos fotos que me hice
tomar para revalidar el pasaporte. La señorita me entregó unas fotografías de
otra persona.
-
¿Entonces?
-
Entonces
yo le dije que esas no eran mis fotos y ella me alegó que esas sí eran. “Ese sí
es usted, caballero”, me dijo, con un tonito jartón, como de burla. “Si quiere
compruébelo usted mismo en el espejo”. Y me mostró un espejo que tienen al lado
de la cabina fotográfica, el que utilizan los clientes para arreglarse el peinado
y la corbata.
-
¿Y?
-
Y
entonces me miré al espejo y efectivamente ese no era. Mejor dicho: ese que
aparecía en el espejo era el mismo personaje que salía en las fotos, pero no
era yo. El espejo también estaba equivocado. Me imaginé que estaban jugándome
una de esas bromas de cámara escondida. “La barraquera de chiste, señorita”, le
dije yo, fingiendo risa. “Pero cómo le parece que tengo mucho afán: ¡NECESITO
MIS FOTOS!”. “Voy a llamar a un supervisor”, dijo la niña.
-
Siga-,
dijo el médico.
-
Pues
llegó un supervisor y le expliqué el asunto. El hombre tenía una chaqueta de
esas, como de karateka, pero era evidente que no estaba en el cuento de las
artes marciales. La chaqueta era igual a las que se ponen todos los empleados
de ese establecimiento, incluyendo las señoritas. Esa convicción me permitió
usar con él un tono fuerte, con el cual nunca me hubiera atrevido a increpar a
un karateka. “Tenga la gentileza de calmarse, caballero”, me dijo el falso
samurai. Evidentemente estaba molesto. “Si existe alguna equivocación,
inmediatamente la resolveremos”.
-
¿Y
qué hicieron? ¿Le resolvieron el problema?
-
¡Nooo,
qué va! El supervisor llamó a la señorita y ambos se fueron, por una puerta que
hay detrás del mostrador, hacia la máquina de revelado. Allí le dijeron algo,
como en secreto, al operario de la máquina, que se levantó de su puesto y
caminó hacia una oficina, al fondo del local. Después apareció el gerente. Me
dijo que estaban estudiando mi caso y me ofreció un tinto y un asiento. Yo
rechacé con dignidad ambas ofertas. Al rato llegó la policía.
-
¿La
policía?
-
Sí,
la policía. Dos policías. Los recibió el supervisor, el del disfraz de
karateka, y los llevó directamente a la oficina del gerente. Al principio yo no
pensé que la llegada de la policía tuviera que ver con mi caso, e inclusive se
me pasó por la mente la idea de poner una denuncia formal contra el almacén si
no me entregaban las fotos, que me habían hecho pagar por adelantado. Cuando el
gerente salió de la oficina con los dos policías y caminaron hacia mí, me di
cuenta de que sí era conmigo.
-
¿Y?
-
Y
nada. Uno de los policías, el que parecía de mayor rango, me preguntó que cuál
era el problema. Yo le expliqué hasta el último detalle, pero como pensé que el
asunto podía complicarse, le dije al gerente que estaba bien, que me
devolvieran la plata y que yo me hacía tomar las fotos en otra parte. El
gerente dijo que no iban a devolverme la plata, porque ellos habían ejecutado
el trabajo y que, según él, no existía razón para que yo no recibiera las
fotos. “¿Y yo qué voy a hacer con unas fotos de otra persona?”, le dije. “Si yo
las necesito para mi pasaporte. MI PASAPORTE. Es como si llego a tramitar el
documento con unas fotografías aquí del señor agente. No me las reciben. Yo
necesito es las mías. ¿Cierto, señor agente?”.
-
¿Qué
dijo el policía?
-
Le
dijo al gerente que, aunque yo no tuviera razón, me devolviera la plata; que
por pinches seis mil pesos para qué se iba a armar a un problema. El gerente le
hizo una señal al karateka que fue hasta la caja registradora y le pidió la
plata a la cajera. La señorita miró al gerente, que le confirmó la orden con un
gesto. Delante de los policías, me entregaron la plata: tres billetes nuevos de
dos mil pesos. “¿Cómo así que aunque yo no tenga la razón? ¿Y todo el tiempo
que he perdido, quién me lo paga? ¿Quién me lo devuelve?”, les pregunté a los
policías, claro, sin esperar ni una solución ni una respuesta.
-
¿Y
fue a otro sitio a tomarse las fotos?
-
Fui
a otro sitio, me tomé las fotos, regresé una hora después, como decía el aviso,
y otra vez la misma vaina. Me entregaron unas fotos que no eran.
-
¿De
quién eran?
-
Del
mismo tipo de las otras fotos.
-
Antes
de hacerse tomar las nuevas fotos ¿usted se miró en el espejo?
-
No:
no me miré en el espejo. Como yo no uso corbata, simplemente me acomodé el
cuello de la camisa de memoria. Después de recibir las fotos equivocadas sí,
pedí un espejo, porque ya me comenzó a parecer rara la cosa.
-
¿Y
a quién vio en el espejo?
-
Al
otro tipo.
-
¿Y
qué hizo?
-
Recibí
las fotos y me fui para mi casa. Esta vez no reclamé, porque me sorprendió que
dos veces, en un mismo día, en dos establecimientos diferentes, pudieran cometer
exactamente el mismo error o intentar hacerme el mismo chiste. Yo no creo en
conspiraciones. Al salir del almacén, por la puerta de vidrio, vi pasar al otro
tipo, pero miré a mi alrededor, y ya no estaba. Tomé un taxi.
-
¿Y
qué pasó cuando llegó a su casa?
-
Le
dije a mi mujer que me había hecho tomar las fotos para el pasaporte y le pasé
el sobre con los cuatro retraticos, para ver si ella notaba alguna cosa rara.
- ¿Y?
- Me dijo que no le gustaban. Que
parecía otra persona.
- ¿Otra persona?
- Yo respiré tranquilo y ya le iba
a contar lo que me había pasado, cuando ella dijo que en esas fotos había
salido con cara preocupada, con cara de cansancio, que yo siempre había tenido
expresión apacible, que parecía otra persona.
- ¿Y entonces?
-
Entonces
subí a mi habitación, en donde mi mujer tiene una foto mía, sobre la mesa de
noche. Allí estaba.
-
¿Su
foto?
-
No,
la del otro tipo. Entonces fui al baño y el espejo, en lugar de reflejarme a
mí, reflejaba al otro personaje. Allí fue cuando comencé de verdad a
preocuparme, doctor, y decidí solicitar la cita para venir a visitarlo.
-
¿Cómo
es el otro tipo?
-
Grande,
más bien gordo, de pelo y barba blanca, con gafas.
-
¿Y
usted cómo es?
-
¿Cómo
que cómo soy yo, doctor? Pues como me está viendo. No pregunte güevonadas.
-
Hágame
el favor y no se ponga bravo. Yo lo estoy viendo a usted grande, gordo, de pelo
canoso y barba blanca, y con gafas, pero usted mismo me acaba de decir que así
no es usted, que ese es el otro. ¿Cómo es usted entonces?
-
Pues
doctor, cómo le digo… Es que, para serle franco, me siento como ridículo
contestándole esa pregunta… ¡Pues cómo voy a ser! Alto, flaco, de cara juvenil
y pelo negro y abundante.
-
¿Como
el señor de estas fotos?
El médico alargó el brazo y me pasó un
sobre blanco, de un laboratorio fotográfico, con cuatro fotos tamaño pasaporte.
Lleno de expectación, abrí el sobre, y claro: ese era yo. Esas sí eran mis
fotos.
-
¿Usted
por qué las tiene, doctor? ¿Cómo llegaron a sus manos?
-
No
me lo va a creer-, me dijo el médico. – Esta mañana, a primera hora, cuando
llegué al consultorio, había un hombre muy preocupado, en la sala de espera,
que me contó un caso muy similar al suyo. Es el hombre que aparece en estas
fotos.
-
Pero
el de esas fotos soy yo-, le dije al médico.
-
Pues,
efectivamente, corresponde con la descripción que usted me ha dado de usted
mismo. En cambio, el que vino esta mañana, se autodescribía como un hombre
grande, gordo, de pelo canoso y barba blanca, y con gafas. ¿En dónde me dijo
usted que le tomaron las fotos?
Le di la dirección y el nombre del
establecimiento.
-
¿Y
las segundas fotos?
Le di la otra dirección.
-
¿Ambos
establecimientos son de la misma cadena?
-
Sí
doctor, claro, de la misma: de esta misma cadena-, le dije al médico,
devolviéndole el sobre con mis fotos, o menor dicho, con las que le había
dejado el otro hombre.
-
Me
imaginé- contestó el médico sin señal alguna de sorpresa. – A mí no me había
tocado verlo personalmente, pero sí me ha llegado alguna información por
internet sobre el problema. Tengo que comunicarme con otros colegas…
-
¿Y
qué es lo que pasa?
-
Es
un virus que anda- dijo el médico. –Un virus que ataca los computadores de los
laboratorios fotográficos altamente sistematizados, se instala en las cámaras
que están en las cabinas y se apodera de la personalidad de los clientes que
van a hacerse tomar fotos. Aunque no de todos… Selecciona a sus víctimas de
manera aleatoria. Usted estuvo de malas.
-
¿Pero
el otro tipo y yo nos hicimos tomar las fotos en la misma cabina?
-
No
necesariamente en la misma cabina física, pero como todas las cabinas de esa empresa
están interconectadas por red, es como si hubiera sido en la misma. La cámara
se apoderó de la personalidad de mi otro paciente y se la asignó a su cara y a
su cuerpo, y viceversa.
-
¿Entonces
no somos lo únicos?
-
Probablemente
no, aunque todavía no tengo información sobre otros casos. Pero es cuestión de
tiempo… Usted sabe con qué velocidad se expanden los virus. En lo que me llegó
por internet, dicen que el virus también ataca otros equipos fotográficos
computarizados, como por ejemplo los de los periódicos, lo cual puede armar un
revuelto increíble ¿Se imagina?
-
¿Seguro
no sabe de otros casos?
-
Con
certeza, no. Pero se rumora que ya mucha gente ha sido afectada, en especial
entre los más fotografiados...
-
¿Hay
solución, doctor? ¿Un antivirus?
-
No
tengo ni idea. Por ahora lo voy a poner en contacto con mi otro paciente, para
que los dos se despreocupen. O por lo menos para que cada uno sepa quien anda
metido en su cuerpo y usufructuando su cara.
-
¿Y
si los dos nos volvemos a hacer fotografiar en la misma cabina, podremos
reversar el fenómeno?
-
Es
mejor esperar hasta tener más información sobre el comportamiento del virus. Es
posible que al volverse a fotografiar en la misma cabina, o en cualquiera de
las cabinas en red, cada uno regrese a su empaque original, pero también es
posible que se confundan con terceras personas, lo cual agravaría el problema.
Mantengamos por ahora las cosas controladas, en un círculo cerrado.
La puerta del consultorio se abrió y
entró la secretaria del médico con un sobre en la mano.
-
Doctor,
qué pena interrumpirlo-, dijo la señorita. –Acaban de traerle las fotos del
cocktail de anoche. Allá afuera está el fotógrafo para ver cuáles le compra. Le
manda a preguntar que si las deja.
El médico abrió el sobre con recelo
evidente, examinó las fotos, respiró aliviado y le dijo a la señorita: “Dígale
que sí, que me las deje y que el viernes venga por la plata”.
Y volteándose hacia mi, dijo: “Alcancé a
temer que se hubieran equivocado”.
Me pasó las fotos para que yo las
mirara.
Quedé absorto, porque las fotos no eran
de un cocktail, sino de una parada militar en la Escuela de Cadetes. Y el que
aparecía en la foto no era mi médico, sino el señor Presidente.
Me levanté, le devolví el sobre con las
fotos y sin más comentarios me retiré del consultorio.
Al salir a la sala de espera, oí a la
secretaria, con el auricular en la oreja, preguntando intrigada:
“¿Al doctor? ¿De Palacio?”
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