sábado, agosto 08, 2009

ESPELEOLOGÍA EN EL CIELO

El cielo está lleno de cavernas y de grietas, que pasan inadvertidas a los espeleólogos terrestres.

El 25 de Agosto de 2006 yo ya había pasado por una cueva de esas. Ver "Nubes, Plantas, Animales y Cosas"

Foto: La boca de la caverna desde afuera

Se necesita una conjunción especial de rayos solares y de nubes para hacer visibles sus entradas.

Foto: La boca de la caverna desde adentro

De vez en cuando una tormenta electromagnética descontrola los sistemas de navegación de algún avión, y cuando los pilotos se dan cuenta ya están en el interior de una caverna. Normalmente el avión que penetra en una de esas cavernas celestes queda atrapado para siempre, como los peces que capturan los indígenas del Amazonas en sus nasas o artefactos de pesca. o como las sardinas que pescaba uno en los remotos zanjones de la infancia, utilizando una botella (ver abajo). El avión, entonces, se reporta como extraviado y, por supuesto, jamás pueden encontrar la caja negra, por más que busquen en el fondo del mar o sobre el suelo.

Esta vez yo estuve de buenas por dos cosas: Una, por haber ido a bordo de uno de esos aviones que de manera involuntaria se aventuran por las cavernas del cielo. Dos, porque rompiendo la regla general, ese avión logró encontrar una salida.

Las cavernas del cielo tienen sus propios soles interiores, que realmente son bolas de metano incandescente, como los llamado fuegos fatuos que brotan de los pantanos y las tumbas. Esos soles interiores son una forma particular de bioluminiscencia de las nubes vivientes.

El trayecto de salida desentierra del fondo de mi memoria subconsciente los recuerdos del parto.

Como en las cuevas terrestres, en las cavernas del cielo también hay lagos "subrerráneos", con oleajes y corrientes.
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Las nasas de que hablamos arriba.
Ver la nasa D (segunda de abajo hacia arriba).
El avión -perdón: el pez- entra por la boca grande y después no logra centrarse en el eje para escapar de la trampa.

Cerrando el círculo:

Observen con atención estas nubes prudentes, cobardes o hidrófobas, que no se atreven a meter los pies al agua.

Mientras la nube de arriba pareciera seguir la forma del ala, las nubes de abajo siguen casi exactamente la línea costera.

lunes, julio 20, 2009

DE LA TIERRA Y LA LUNA

Hace 40 años nací yo. Realmente hace 55 (1954), pero fue a partir de 1967, cuando en medio de una serie de sucesos importantes que cambiaron mi vida (uno de ellos haber regresado a vivir a Popayán), nací a la conciencia de lo que soy. Y uno de esos sucesos importantes fue la misión Apollo 8 (1968), cuyos astronautas tomaron la foto de arriba, en la cual por primera vez los seres humanos vimos la Tierra -tan hermosa y tan viva- desde el espacio exterior. Fritjof Capra, entre otros, afirma que con esa foto y con lo que ella suscitó, nació el "movimiento ambiental". Vinieron después las misiones Apollo 9 y 10, y la 11 que, hoy hace precisamente 40 años, llevó a dos seres humanos a la superficie lunar.

Eran también los años de "2001 Odisea Espacial", la película de Stanley Kubrik inspirada en la novela de Arthur Clarke, y una obra maestra -en mi concepto todavía no superada- de la ciencia ficción. Y la época en que mi papá me regaló EL telescopio (resalto el artículo determinado) que todavía conservo como parte de mí.

1969 era también el año del Sesquicentenario de la Independencia, cuando me gané un concurso convocado por la Academia de Historia del Cauca, con un trabajo sobre la batalla del Pantano de Vargas. El premio fueron 3 mil pesos, de los cuales invertí $770 en "La Gran Aventura del Espacio", una obra de dos tomos publicada por Salvat. (Debo confesar que me hice el pendejo ante la propuesta de un pariente cura para que les donara el premio a las "Luisas de Marillac").

Yo estudiaba en cuarto de bachillerato en el Liceo de Popayán, y después de haber sido un vago en tercero, me puse las pilas y me convertí en un "duro" en matemáticas -en Álgebra en particular- entre otras razones inspirado por esa "gran aventura del espacio" a la cual no solamente tenía acceso vía el libro de Salvat, sino que vivía en tiempo real, especialmente a través de la radio ("The Voice of America", HCJB del Ecuador y -quién lo iba a creer- Radio Sutatenza en Boyacá) que lo mantenía a uno enterado al minuto de los que sucedía en cada misión espacial. Además de que uno escribía a esas emisoras y le mandaban fotos e información.

Hoy hace 40 años, el 20 de Julio de 1969, vimos el alunizaje por televisión, con mi abuelo Francico José Chaux. Mi abuelo traía a la memoria las discusiones que les oyó a sus tíos (mis tíos bisabuelos) alrededor del vuelo de los hermanos Wright, y las polémicas sobre si era o no posible volar en un objeto más pesado que el aire.

Esta foto realmente no es "de la época". La tomé en 2004 cuando celebraron en el Aeroclub de Guaimaral el centenario del vuelo de los hermanos Wright. (Gracias otra vez a Catherine Leaver por la invitación)


A través de estas imágenes borrosas, millones de terrícolas llegamos con los astronautas a la superficie lunar.

Una de las razones que contribuyeron a que me volviera un "duro" en matemáticas, fueron las novelas de Julio Verne, y particularmente un pasaje de "La Isla Misteriosa" en que el ingeniero Cyrus Smith calcula la altura de una montaña por triangulación. (Otras razones tienen que ver con los nombres de Roberto Campo, Luis Antonio Cruz y Albert Hartman, que fueron mis profesores de matemáticas en 4°, 5° y 6° de bachillerato. Aunque realmente Roberto Campo no fue profesor en sentido formal: a él -siendo estudiante de electrónica- lo contrató mi mamá para que me ayudara a "salvar tercero"... y lo logró).

Yo heredé a través de mi mamá, un ejemplar que contenía dos novelas de Verne y que Rodolfo Castro (me imagino que un admirador), le regaló a "la tía Josefita" (tía de mi abuelo, tía bisabuela mía y hermana de Liborio Chaux, quien fuera el dueño del libro de Camilo Flammarión a que hace referencia la entrada de ayer en este mismo blog).


Quien sabe si se deba a la visión futurista de Verne, que esta novela vincule dos temas actuales de la realidad colombiana: los globos y los hipopótamos.

Ilustraciones de Riou y Montaut que, al igual que los textos, nos ponían -y nos ponen todavía- a volar.

Puedo asegurar sin temor a equivocarme, que desde esa época todos los pasos que he dado en la vida -o que la vida me ha llevado a dar- han estado influenciados de alguna manera por la aventura espacial.


Solamente en el año 2006 pude visitar personalmente un sitio que me conocía de memoria a través de la literatura: el Cabo Cañaveral. Me estrené con este habitante de los intersticios de un cohete (bajo el número 553).


Y de aquí para abajo, todos estos son objetos de culto para quienes seguimos pensando que la conquista del espacio ha sido uno de los mejores logros de esta (en otros aspectos infame) humanidad.








Aves del Cabo Cañaveral

ECLIPSE TOTAL
Pasado mañana, miércoles 22 de Julio de 2009, será visible en la India y en partes de la China, uno de los mejores espectáculos que puede presenciar un habitante de la Tierra: un eclipse total del Sol.

Eclipse explicado en el libro "Iniciación Astronómica" de Camilo Flammarión, que por allá en 1967 o 68 me compró mi mamá en la librería de don Carlos Climent en Popayán.

Y el eclipse en la realidad:


MUSEO DE COHETES Y FÓSILES VIVIENTES


Las plantas son ZAMIAS, fósiles vivientes que existen en la Tierra desde hace 230 millones de años. Entiendo que la planta mas antigua de México es una zamia que tiene -ese ejemplar- cerca de 2.500 años de edad.

domingo, julio 19, 2009

¡LA GLOBALIZACIÓN DE BOGOTÁ!

¡Y de pronto se llenó de globos el cielo de Bogotá! Lo más sorprendente era el silencio en que se desarrollaba ese expectáculo de color y volatilidad. Me imagino que no estábamos viendo la manera de volar en el pasado, sino un anticipo de los que serán en el futuro los viajes aéreos.

"No ambiciono el privilegio de ejercer sobre mis lectores la fascinación que sobre mi propio espíritu ha ejercido el encanto de los viajes aéreos; pero debo decir y asegurar que he experimentado en ellos una verdadera fascinación que no puede compararse á otra alguna, y que por extraño que parezca, estas contemplaciones nos dan, más aún que la astronomía, la nostalgia del cielo."
Camilo Flammarion (1880)

Cuando por allá a finales del siglo XIX o principios del XX, mi tío bisabuelo Liborio Chaux Rengifo compró este libro en la librería Camacho Roldán & Tamayo de Bogotá, qué se iba a imaginar que un sobrino bisnieto suyo lo iba a tener en la memoria en el año noveno del siglo XXI, exactamente cuarenta años después de la víspera de esa fecha histórica en que por primera vez un ser humano caminó sobre la superficie lunar.






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En confabulación con el Sol, este sifón también hizo su aporte a la magia de la mañana.

jueves, junio 04, 2009

LUCES DEL CIELO

Este "relato verídico de ciencia ficción" forma parte de mi libro "El Universo Amarrado a la Pata de la Cama" publicado en 2004 por Villegas Editores.

- ¿Se acuerda de mí? Yo soy Mónica, la amiga de Arturo…

Le contesté que claro que sí, que me acordaba.

Me dijo que quería mostrarme una cosa que seguramente iba a interesarme. Que era urgente. Me preguntó cuándo podía venir a mi casa.

Me tomó por sorpresa. Le dije, por decir algo, que al día siguiente por la tarde.
Insistió en que era MUY URGENTE y me dijo que si podía ser esa misma tarde. Que ese día tenía pico y placa y que, si yo no tenía inconveniente, podría venir a pasarlo a mi casa.

Le contesté que claro que sí, que me acordaba.

- ¿Cómo?
- No, nada. Perdón. Te decía que claro que sí, que chévere esta misma tarde.
- A las cinco.
- Te espero.

Le di la dirección y las indicaciones para encontrarla. Colgamos.

Llegó en un taxi, como a la seis de la tarde. Me contó que el pico y placa la había cogido en plena calle y que había tenido que dejar el carro en un garaje que le habían prestado.

En la mano traía una caja de tamaño mediano, de la cual extrajo delicadamente un frasco de cristal cortado.

A esa hora mi apartamento se sume en una especie de penumbra anaranjada y, dependiendo de la época del año, las lágrimas de la lámpara de la sala, con sus formas de cuarzo, proyectan decenas de manchones de arco iris en distintos rincones y en el cielo raso.

El apartamento no es nuestro. Nos lo alquilaron con la lámpara, y no valió poder humano para que los dueños la descolgaran y se la llevaran. Al principio no nos gustaba, pero con el paso de los meses, la lámpara se fue ganando nuestro afecto, en especial por ese generoso concierto de manchones coloreados, que entre junio y agosto alcanza su mayor exhuberancia. En esos meses, literalmente, todos los habitantes de esta casa nos damos baños de arco iris sumergiéndonos en los rincones alumbrados.

El frasco estaba lleno de luciérnagas. Era abril, y en la penumbra del apartamento nada competía con el brillo que emanaba a través de sus espesas paredes translucentes de lámpara de faro.

Me acordé inmediatamente de Fray Juan de Santa Gertrudis, que en sus crónicas del siglo XVI, cuenta que en esa región que hoy conocemos como la Depresión Momposina, podía leer en plena noche su libro de rezos y meditaciones, alumbrándose únicamente con la luz de las luciérnagas.

Las paredes del frasco, que de alguna manera dialogaban con los poliedros de la lámpara, multiplicaban las luciérnagas y le servían de caja de resonancia a esa sinfonía desbordada de luciferina y de luciferasa.

La bioluminiscencia es uno de los dones que yo envidio. La poseen, entre otros, las luciérnagas, algunas algas y otros seres de esos que conforman el plancton en ciertos mares –que yo sepa- tropicales. Y claro, los peces abisales, esos bichos de monstruosa hermosura que viven en las profundidades de las fosas oceánicas.

Cuando fui a comentárselo, ella me dijo que eso ya lo había leído en mi libro “Del Suelo al Cielo (Ida y Regreso)”, y que precisamente por eso era su urgencia de mostrarme el contenido del frasco.

- ¿Tiene por ahí el libro? Por qué no lo trae - me dijo en tono amable pero perentorio, y sin esperar una respuesta de mi parte.

Ella se sabía la página del libro en donde estaba la parte que le interesaba: el juego de identificar lucecitas en el cielo, que el abuelo les enseña a Enrique, el protagonista del libro, y a sus compañeros de clase.

- Leamos-, me dijo abriendo el libro en la página 34 y señalándome el párrafo exacto.

Yo comencé a leer, picado por la curiosidad y, para ser franco, un poco envanecido. Me divertía, además, que ella me mostrara de esa manera una página de mi propio libro, como si para mí fuera algo novedoso:

Una de esas noches mi abuelo nos dijo que nos acostáramos en el suelo y que contáramos cuántos niveles de luces podíamos ver.

Al principio no entendimos, pero después nos explicó, y entonces nos dimos cuenta de que las lucecitas más cercanas que vemos, o sea las del “primer nivel” –unas “estrellitas” que se prenden y se apagan- son las luciérnagas.

Las siguientes lucecitas, las del “segundo nivel”, son de los aviones, y algunas brillan como estrellas pequeñas y otras son verdes y rojas e intermitentes. Como la mayoría de los aviones que vuelan ahora de noche son jets, uno ve pasar el avión y solamente al rato oye el sonido, como un trueno lejano.

Después, en el “tercer nivel” siguiendo el orden desde el suelo hacia el cielo, vienen las “estrellas fugaces” o aerolitos (“piedras del aire”), que son rocas de distintos tamaños –la mayoría muy pequeñas- que entran a la atmósfera terrestre atraídas por la fuerza de gravedad, y que se ven brillar por la luz y por el calor que produce la fricción con el aire. La mayor parte de los aerolitos se desintegran antes de llegar al suelo, pero ha habido casos de rocas muy grandes que dejan enormes cráteres en la superficie del planeta.

Las siguientes luces que se ven, y que parecen un avión con un solo bombillo moviéndose muy rápidamente por el cielo, pertenecen a los satélites artificiales: “cuarto nivel”. Los satélites giran alrededor de la Tierra por fuera de la atmósfera y los vemos brillar porque reflejan la luz del Sol.

En el siguiente o “quinto nivel” está la luna, pero claro, por razones obvias, a esta no la vamos a incluir en la lista de “lucecitas” que parecen estrellas.
Después, en lo que sería un “sexto nivel”, vienen los planetas (de los cuales solamente son fáciles de reconocer a simple vista Mercurio y Venus –que se llaman “planetas interiores” porque están más cerca al Sol que la Tierra-, y Marte, Júpiter y Saturno que están de la Tierra hacia afuera). Los otros planetas: Urano, Neptuno y Plutón no se reconocen a simple vista porque están muy lejos de nosotros, como tampoco los llamados asteroides, que son cuerpos más pequeños que los planetas y que también giran alrededor del Sol. Es posible que la mayoría de estos asteroides sean los restos de un planeta que alguna vez existió entre Marte y Júpiter.

Ah, bueno: en el nivel de los planetas también encontramos a los cometas, que se distinguen por su “cola” o “cabellera” cuando se acercan al Sol.

Las siguientes luces que se ven en el cielo nocturno –“séptimo nivel”- pertenecen a las estrellas verdaderas, muchas de la cuales son miles o millones de veces más grandes que nuestro Sol. Ya antes les había dicho que las distancias que nos separan de ellas son tan grandes que no se miden en kilómetros sino en años luz, o sea la distancia que recorre la luz en un año y que equivale aproximadamente a nueve y medio billones de kilómetros (9.461.000.000.000 kms). También les había dicho que la estrella más cercana a nosotros queda a 4.7 años luz de distancia y que las más lejanas dentro de nuestra misma Vía Láctea, quedan aproximadamente a cien mil años luz.

Y por último –“octavo nivel”- hacia los meses de Diciembre y Enero, si las noches están muy despejadas y si hay mucha oscuridad, en el cielo del norte, en la constelación de Andrómeda y cerca de la Constelación de Casiopea (que parece una “M” o una “W” al revés), vemos una manchita brillante pero tenue, como una huella digital en el vidrio de las gafas: es la llamada nebulosa de Andrómeda, que realmente es una galaxia con tres o cuatro veces más estrellas que nuestra Vía Láctea y que queda a dos millones de años luz de nosotros. Es decir, que la luz que nos llega a los ojos lleva dos millones de años viajando por el cosmos o, en otras palabras, que lo que vemos no es la nebulosa de Andrómeda tal y como es hoy, sino como era hace dos millones de años.

Terminé de leer y me quedé mirándola. Me parecía chévere que mi texto la hubiera animado a capturar luciérnagas, pero no entendía todavía el afán de su llamada.

- Estamos metidos en un problema grave-, me dijo con tono solemne y preocupado. – En una gran bollada.

Le había cambiado la expresión de la cara. Las luces que salían del frasco y que se reflejaban en nosotros, le añadían a la escena un aire de irrealidad y dramatismo.
No entendía por qué utilizaba el plural para referirse a ese supuesto problema que nos afectaba. Yo, que no la conocía bien, pensé que estaba tomándome el poco pelo que me queda, e intenté hacer un comentario gracioso, que cayó en el vacío. Su silencio y la forma como me miró, me hicieron sentir como un pendejo.

- ¿Tiene una lupa grande?-, me dijo. -¿Un microscopio?
- Tengo un microscopio-, le dije.- De cuando estaba chiquito.
- ¿Me lo presta?

Fui por mi microscopio, marca “Modelo”. Efectivamente, me lo regalaron mis papás cuando yo tenía por ahí diez años. Ni en ese entonces ni ahora -cuarenta años después- ese microscopio ha tenido nunca cara de “juguete”. En comparación con esos microscopios de plástico que venden en las jugueterías, el mío siempre tuvo, y sigue teniendo, pinta de “profesional”, de microscopio de verdad, como los que usan los biólogos. Y es que de hecho, su capacidad de aumento casi no tiene que envidiarles a muchos microscopios profesionales. Hacía varios años que no lo utilizaba, pero lo mantenía siempre a la mano, como si se tratara de un artefacto de primera necesidad y uso cotidiano. Lo conservo en la misma caja de madera en que venía cuando me lo regalaron.

Con una moneda retiré el tornillo que une la base a la caja, e introduje en el tubo superior uno de los oculares.

Ella, mientras tanto, le quitó la tapa al frasco e inmediatamente le cubrió la boca con la mano. Los cientos de luces que titilaban dentro del frasco parecieron agitarse.

Sobre la mesa en donde pusimos el microscopio hay una lámpara, que ella acercó y encendió para que la iluminación necesaria cayera sobre la placa.

Con la otra mano tomó unas pinzas especializadas que sacó de su bolso, retiró ligeramente la mano que cubría la boca del frasco, y por el espacio que quedó libre metió las pinzas, con las cuales atrapó, como al azar, una de las luces.

Con gesto profesional la colocó sobre la laminita de vidrio o portaobjetos que yo había puesto bajo el tambor del que se agarran los objetivos del microscopio.
Mientras con las pinzas mantenía la lucecita ligeramente presionada, enfocó el aparato y después de un momento me invitó a que mirara.

Era una luciérnaga. Con la lámpara encendida se podía observar hasta el más mínimo detalle del cuerpo del insecto. Con la lámpara apagada, sólo se veía el animal cuando titilaba.

Luego retiró la luciérnaga y la metió de nuevo al frasco, en donde el animalito comenzó a revolotear desorientado.

Sacó otra luz y la puso sobre el portaobjetos: esta vez era una mota de polvo diminuta, del color de la ceniza de un cigarrillo encendido.

- Un meteorito-, me dijo mientras yo miraba.

Lo colocó nuevamente en el frasco y sacó, una tras otra, tres o cuatro lucecitas diferentes que examinó con el microscopio, sin permitirme mirarlas.
- Más luciérnagas- dijo descartándolas.

Entonces sacó una nueva muestra, que emitía una tenue luz roja y luego una luz verde, las dos intermitentes.

- Este es el principal de nuestros problemas-, me dijo. – Aunque no el único.

Yo acerque mi ojo derecho al ocular, mientras cerraba el izquierdo. En el círculo iluminado se alcanzaba a ver una especie de crucecita metálica, en cuyos brazos una luz roja y una verde se prendían y se apagaban de manera alternada. En la punta permanecía encendida una luz blanca.

- ¿Qué es eso?-, pregunté intrigado.

A manera de respuesta, ella retomó el microscopio, hizo girar el tambor hasta que sobre la placa de vidrio quedó un objetivo con mayor aumento, enfocó y reenfocó durante un rato más o menos largo, y me dijo que mirara.

Yo la miré a ella primero e intenté descifrar la expresión preocupada de su cara.

Luego miré nuevamente a través del microscopio y por un instante no pude creer lo que veía. Abrí el ojo izquierdo y me aseguré de que no hubiera algún objeto nuevo sobre la lámina de vidrio. Con excepción de las lucecitas titilantes que brotaban de la diminuta cruz metálica, sobre la placa parecía no haber nada. La miré otra vez a ella, que me indicó con un gesto que volviera a observar a través del microscopio.

Esta vez, no tuve duda: la crucecita metálica era un avión con las luces y los motores encendidos. Sobre la lámina de vidrio se veía una estela blanca, como la que dejan los aviones a reacción cuando cruzan la atmósfera.

Muchas cosas pasaron por mi cabeza, pero no pude decir nada.

Ella se acercó al microscopio y con un nuevo giro del tambor seleccionó el objetivo de mayor aumento del aparato, y buscó en la caja del microscopio el ocular más poderoso. Después, con mano hábil, inclinó ligeramente la lámina de vidrio, de manera que se pudiera ver el avioncito de lado. Acercó la lámpara para que la luz cayera con mayor intensidad sobre la placa.

Otra vez me dijo que mirara. En el flanco del avión se veían las ventanillas encendidas y el aumento era tan grande que se alcanzaban a ver en el interior los pasajeros y los tripulantes. En las alas y en el fuselaje se distinguía con claridad un letrero con el nombre de la empresa: Air India.

- Ese es el principal de nuestros problemas-, repitió ella mientras yo miraba. –Al menos por ahora…

- ¿Qué es?-, le pregunté desconcertado.

- Un avión, por supuesto-, dije ella. –Un avión con pasajeros y aparentemente en pleno vuelo. Por alguna razón no se han dado cuenta de que están atrapados.

- ¿Y cómo llegó al frasco?- pregunté, sin creer yo mismo esas palabras que estaban saliendo de mis labios.



- Después de leer esa parte de su libro-, me dijo, -me puse en la tarea de capturar luces del cielo. Primero utilicé una malla de esas que usan los lepidopteristas para cazar sus mariposas, pero aún la más delicada que conseguí tenía los huecos demasiado grandes, y la mayoría de las luces se escapaban. Después me di cuenta de que en las ramas más altas de unos eucaliptos que crecen cerca de mi casa, había una araña que todas las noches capturaba nuevas luces en sus redes, hasta el punto de que, desde el suelo, se alcanzaba a ver en la oscuridad el brillo de la telaraña. Me las arreglé para subir hasta la copa del árbol, y allí desprendí la telaraña y luego vacié su contenido en este frasco. En las noches siguientes hice lo mismo con otras telarañas, y durante todos estos días me he dedicado a examinar, a simple vista primero, y luego con lupa y microscopio, el producto de mi obsesión recolectora. La gran mayoría de las luces, como era de esperarse, resultaron luciérnagas. Pero mientras más luces examinaba, más objetos extraños iban apareciendo: muchos meteoritos todavía incandescentes; hasta ahora dos satélites artificiales que brillan con luz propia debido a sus baterías nucleares; unos objetos que, por todos los indicios, tienen que tratarse de estrellas… y anoche esto: ¡Un avión de pasajeros!

- Pero eso no es posible-, le dije, como intentando convencerme a mí mismo de que eso que veía bajo el microscopio no era cierto. – Tiene que tratarse de otra cosa… ¿de pronto una ilusión óptica o algo parecido? Intentemos aplicarle al asunto la razón y la lógica.

- Yo tampoco creía-, dijo Mónica. –A pesar de que miraba y comprobaba una y otra vez que la telaraña había capturado un avión con pasajeros, y de que yo no comparto ese tipo de prejuicios racionales que tienen otras personas y que les impiden aventurarse por caminos inexplorados de este cosmos de muchas dimensiones, yo también me negaba a aceptar lo que veía. Pero ya lo puede comprobar usted mismo: lo que tenemos ante nuestros ojos no deja lugar para la duda. Y si todavía le faltan pruebas, mire esto que bajé de internet esta mañana.

Me pasó dos hojas de papel impresas con las noticias de CNN de esa fecha. Con un resaltador había marcado un titular en la primera página, que hablaba de la misteriosa desaparición de un avión de Air India en pleno vuelo.

En la página siguiente estaban los detalles: el avión viajaba de Frankfurt a New Delhi, cuando de pronto desapareció del radar y no volvieron a tener ni comunicación con la cabina, ni ninguna noticia sobre la suerte del vuelo.

Como hoy es obligatorio en esos casos, decía CNN que entre las posibilidades están explorando un secuestro o un atentado terrorista, pero nadie, bajo la ruta que seguía el avión, dice haber oído explosión alguna, ni han aparecido restos dispersos en el suelo, ni nada que pueda indicar que la desaparición del avión se haya debido a un misil o a una bomba.

Ni antes de la desaparición hubo reporte alguno de los pilotos que pudiera indicar que estuvieran atravesando una emergencia.

Lo último que alcanzaron a captar las torres de control, fue una conversación entre el piloto y el copiloto, sobre la insólita belleza de la noche estrellada.

Texto y Fotos: G. Wilches-Chaux ©
Villegas Editores – Bogotá 2004


Foto: Septiembre 25 de 2009